El pasado 28 de julio de 2025, el municipio de Lezama, en el País Vasco, se convirtió una vez más en escenario de la vergüenza. Allí, con un descaro y una desvergüenza que hiere la memoria y la dignidad de las víctimas, se rindió homenaje al asesino etarra Iñaki Rike Galarza, miembro del sanguinario "Comando Txapela" de la banda asesina ETA.
Este acto, perpetrado con total obscenidad y en la más absoluta impunidad, no es un hecho aislado, sino la enésima muestra de que el entorno de la organización terrorista sigue alimentando un culto al asesino que, lejos de extinguirse, se regodea en la humillación de quienes sufrieron su barbarie.
ETA, fue una maquinaria de muerte que durante décadas sembró el terror en España, dejando tras de sí un reguero de sangre, dolor y familias rotas. Más de 850 asesinatos, 22 de ellos de niños, y miles de víctimas marcadas de por vida son el legado de una organización que nunca mostró un ápice de humanidad.
Sin embargo, en el País Vasco y Navarra, aún hay quienes, con una falta de moral que repugna, se atreven a honrar a los verdugos como si fueran héroes.
Iñaki Rike Galarza, un criminal que formó parte de un comando responsable de asesinatos y extorsiones, fue elevado a los altares de la ignominia en Lezama, por parte de una minoría que persiste en blanquear el terrorismo, mientras una sociedad anestesiada mira hacia otro lado, como hacía cuando los atentados de ETA segaban vidas inocentes.
Los datos son escalofriantes y están ahí. Según el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite), en 2021 se registraron 110 actos de homenaje a etarras en el País Vasco y Navarra, y en 2022 esta cifra se disparó hasta superar los 400. En 2024, se denunciaron 71 actos de apoyo a asesinos terroristas durante las fiestas patronales, 25 de ellos organizados desde instituciones públicas gobernadas por EH Bildu, PSOE o PNV.
Estas cifras no son meros números: son puñaladas a la memoria de las víctimas, son una afrenta a la democracia, una humillación a las víctimas y una bofetada a la justicia.
Cada pancarta, cada ongi etorri, cada aurresku, cada homenaje en honor a un asesino etarra es una apología del terrorismo que el Código Penal español prohíbe expresamente, pero que, en la práctica, se perpetúa con total impunidad.
El homenaje a Rike Galarza en Lezama no es una excepción, se ha convertido en una norma para un entorno que se niega a renunciar a su tóxico culto al terrorista. Mientras las víctimas de ETA, sus familias y los miles de ciudadanos que lucharon contra la barbarie claman justicia y memoria, los herederos ideológicos de la banda continúan exhibiendo su desprecio por el dolor ajeno.
No se trata solo de los "ongi etorri" a los asesinos excarcelados, que de por sí ya suponen una afrenta y una humillación a las víctimas; ahora, incluso a los terroristas muertos se les rinde pleitesía con una escenografía macabra que incluye bengalas, cánticos y coronas de flores, como si se tratara de mártires, de héroes y no de asesinos, terroristas y criminales.
Este espectáculo obsceno no solo es una humillación para las víctimas, sino un desafío directo al Estado de Derecho. La izquierda abertzale, con EH Bildu a la cabeza, ha intentado vender una supuesta moderación, afirmando que los homenajes se restringirían al ámbito privado. Pero la realidad desmiente sus palabras: los actos públicos de enaltecimiento del terrorismo no han cesado, y el silencio cómplice de algunas instituciones y partidos políticos permite que esta afrenta se perpetúe.
La política de acercamiento de asesinos etarras a cárceles vascas y el fin de la dispersión, impulsados por el Gobierno, han dado alas a quienes no tienen reparos en glorificar a los asesinos.
Es intolerable que, en una democracia consolidada, se permita esta apología del terror. Es intolerable que las víctimas tengan que soportar, una y otra vez, la revictimización que suponen estos actos. Y es intolerable que una parte de la sociedad vasca y navarra, que durante décadas calló ante los atentados de ETA, siga mirando hacia otro lado mientras se rinde culto a los asesinos.
El impacto de estos homenajes en las víctimas es devastador, los actos de enaltecimiento generan una sensación de injusticia que dificulta la superación del trauma, cada homenaje es un recordatorio de que su dolor no es plenamente reconocido y de que los responsables de su sufrimiento son tratados con admiración en lugar de repudio. Una sociedad moralmente íntegra debería rechazar cualquier forma de celebración de la violencia. La falta de una condena unánime y de medidas efectivas para prohibir estos actos son una erosión de los valores democráticos, que deberían priorizar la memoria de las víctimas y la deslegitimación absoluta del terrorismo.
Entonces ¿Dónde está la indignación colectiva? ¿Dónde está la firmeza de las instituciones? ¿Dónde está la decencia de quienes, con su silencio, se convierten en cómplices de esta ignominia?
Debemos denunciar esta infamia y exigir que se ponga fin a los homenajes a los asesinos etarras. No basta con palabras vacías o condenas tibias. Es hora de que la justicia actúe con contundencia, que las autoridades impidan estos actos de enaltecimiento del terrorismo y que la sociedad deje de ser espectadora pasiva de esta afrenta.
La memoria de las víctimas, el sacrificio de quienes dieron su vida luchando contra ETA y la dignidad de España merecen que no permitamos ni un solo homenaje más a los verdugos.
Iñaki Rike Galarza no fue un héroe, fue un asesino. Y quienes lo honran en Lezama, quienes honran al terrorista etarra en cualquier otro rincón, no solo insultan a las víctimas, sino que traicionan los valores de una sociedad que dice rechazar el terrorismo.
Basta ya de impunidad, basta ya de obscenidad, las víctimas no se lo merecen, la justicia no lo debe permitir
Antonio Mancera Cárdenas, Guardia Civil retirado, Director de Tribuna Benemérita