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No tengo claro si la nostalgia es algo bueno o malo. Tal vez sea ambas cosas a la vez. Lo cierto es que, llegada cierta edad y con el paso del tiempo a cuestas, uno se sorprende abriendo, casi sin querer, el baúl de los recuerdos. Ese baúl personal, íntimo y profundo, en el que se guardan, con más o menos orden, las vivencias que nos han marcado.

En mi caso, son 46 años de servicio en la Guardia Civil los que atesora ese baúl, y no hay día que lo abra en que no me encuentre con una emoción distinta.

Siempre he tenido dudas sobre qué significa realmente la nostalgia. La Real Academia Española la define, en sus dos acepciones, como “pena” y “tristeza”. Sin embargo, desde mi experiencia, esa definición se me queda corta. Siento que la nostalgia tiene algo más: un componente íntimo y subjetivo que transforma la tristeza en gratitud, la pena en reconocimiento. Porque recordar el pasado no es solo una forma de revivir lo que fue, sino también de comprender mejor quiénes somos hoy.

Cuando remuevo esos recuerdos, lo hago con respeto y con una mezcla de emoción y orgullo. Cada objeto, cada documento, cada imagen guardada tiene su propia historia. En una de esas incursiones recientes, me encontré con una tarjeta plastificada con mi fotografía, expedida por el general jefe de la Zona de León el 1 de octubre de 1975. El documento autorizaba al Guardia 2º que suscribe —yo mismo— a vestir de paisano. Y entonces, como suele suceder con los recuerdos verdaderamente importantes, se abrió la compuerta de la memoria.

Muchos compañeros jóvenes del Cuerpo tal vez desconozcan esta realidad o la vean como algo lejano, casi anecdótico. Pero lo cierto es que cuando ingresé en la Guardia Civil, en 1974, no se nos permitía vestir de paisano fuera de las horas de servicio. Existían normativas muy estrictas al respecto, como la Circular de 11 de septiembre de 1844 y la de 16 de enero de 1845, que prohibían incluso a los guardias fuera de servicio abandonar el uniforme. Se trataba de mantener la imagen pública, disciplinada y reconocible de un cuerpo que siempre ha estado vinculado al deber, la rectitud y la ejemplaridad.

Recuerdo con claridad cómo mi padre, también guardia civil, solo vestía de paisano durante los permisos. No eran vacaciones, eran permisos. Y aun así, el uniforme viajaba con nosotros en la maleta. Al llegar al pueblo de mis abuelos, debía presentarse uniformado ante el comandante de puesto de la localidad para informarle de la dirección en la que fijaría su residencia temporal. Era una forma de garantizar que pudiera ser localizado de inmediato ante cualquier necesidad del servicio. Incluso en esos momentos de descanso, el compromiso con la Institución era absoluto.

Este nivel de exigencia, que a ojos actuales puede parecer exagerado, era la expresión de un profundo sentido del deber. Un deber que no se limitaba al horario de trabajo, sino que impregnaba toda la vida del guardia civil y de su familia. Y aunque hoy las circunstancias han cambiado, y el Cuerpo ha evolucionado para adaptarse a los tiempos, esos cimientos siguen estando ahí: la vocación, el sacrificio, el orgullo de servir.

Creo firmemente que mirar atrás de vez en cuando no solo es natural, sino también necesario para seguir avanzando. Nos ayuda a valorar el camino recorrido y a entender el lugar que ocupamos hoy. Y es por eso que quiero concluir este artículo con una reflexión más profunda sobre los pilares que sostienen a la Guardia Civil. Sin esos cimientos forjados con vocación, honor, disciplina y amor al servicio público, no habríamos llegado a ser la institución respetada y valorada que somos.

Hoy respondemos a las demandas de una sociedad cambiante con formación, eficacia, sensibilidad y profesionalidad. Pero no debemos olvidar que todo eso es posible gracias a aquellos que, antes que nosotros, pusieron los primeros ladrillos. Aquellos que no entendían su profesión como un trabajo, sino como una forma de vida.

Y eso, más que nostalgia, es memoria agradecida. Una memoria que dignifica nuestro pasado, fortalece nuestro presente y da sentido a nuestro futuro como guardias civiles.

José Manuel Corral Peón

Comandante (R) Guardia Civil